Notas sobre el agotamiento del ciclo progresista latinoamericano. (Gerardo Muñoz)

A distancia de casi de más de una década y media desde la interrupción del llamado ciclo progresista de la marea rosada (dependiendo de cómo periodicemos el ciclo: el ascenso de Chavez en 1999, la crisis del 2001 que alcanzó expulsar a varios presidentes de turno en la Argentina o la victoria de Lula en el 2002) una pregunta se ha vuelto inevitable hoy, tras las elecciones presidenciales en la Argentina: ¿qué queda de izquierda en la izquierda latinoamericana contemporánea? ¿Es aún posible aislar posturas opuestas a partir de una agenda política o bien un diferendo ideológico? ¿No se estaría abriendo una nueva brecha que desarmaría la conocida división popularizada por Jorge Castañeda (“Latin America’s Left Turn”, FA 2006) entre la “buena izquierda” caracterizada por su compromiso liberal y defensa del mercado, y una “izquierda autoritaria”, heredada de las tradiciones populistas y caudillistas de la política latinoamericana?

Para los efectos ya no de la geopolítica regional, sino de la política de la reflexión de los estudios latinoamericanistas en el hemisferio, también se pudiera preguntar si acaso la triangulación articulada entre neo-arielistas, neo-conservadores, y post-subalternistas propuesta por John Beverley en Latinamericanism after 9/11 (Pittsburgh Press, 2011), sigue siendo sostenible para dar cuenta de una nueva opacidad muy heterogénea que ha venido surgiendo en múltiples frentes desde Buenos Aires hasta Guerrero [1]. Si hablamos de opacidad regional, ¿cómo afirmar divisiones precisas en el plano del compromiso intelectual, y específicamente en la producción reflexiva sobre el horizonte político que se abre? Esto no significa que de momento se hayan extinguido, como por acto de magia, posiciones tradicionalmente derivadas de la razón criolla latinoamericana, sino más bien a lo que apunta es a su agotamiento a causa de una proliferación centrista post-política que vuelve a situar nociones de compromiso y reflexión intelectual bajo nuevas condiciones que parecieran inciertas. Ese corrimiento hacia la derecha no supone un retroceso al neoliberalismo puro y duro de los 90, puesto que estas “nuevas derechas” a lo largo de esta década han sabido modificar sus lenguajes, símbolos, y acercamiento transversal con el Estado, al cual ya no pueden descartar de forma tan oposicional a la manera en que se hacía durante el neoliberalismo triunfante en la región tras las llamadas transiciones a la democracia.

Por lo que se ha vuelto difícil afirmar con certeza quien ocupa el lugar del ‘buen político progresista’ en no pocas de las gobernabilidades del progresismo latinoamericano, las cuales han visto fuego cruzado de parte de los movimientos sociales que en su momento acompañaron los procesos constituyentes (en Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina, y quizas en menor grado Bolivia) – teniendo que recurrir a distintas formas de la violencia estatal – explicitando de esta manera el comienzo de un desgaste de su legitimidad política irruptora. Encima de esto, es importante volver a notar la permanencia del modelo neo-extractivo y la continua dependencia en el precio internacional de la exportación de los commodities; aunque pareciera que la mayor presión se ejerce desde el interior de los partidos y sus bases, como quizás sea ha vuelto más visible durante las protestas en Brasil, o bien en esta última recta final del Frente para la Victoria en Argentina, cuyos malabares para encontrar una figura continuista del modelo K no ha sido una tarea fácil (más bien con la candidatura de Scioli se ha demostrado que tal operación ha sido imposible).

Incluso si atendemos a las divisiones internas en los núcleos más duros de apoyo al gobierno kirchnerista (como pueden ser el colectivo kirchnerista Carta Abierta, la organización juvenil La Cámpora, o los vaivenes del programa televisivo 678), es claro que el simple desacuerdo partisano se ha fragmentado en varias direcciones hasta culminar en retóricas encaminadas hacia fines puramente electorales, lo cual contrasta con las transformaciones cíclica de los mandos políticos [2]. Desde las elecciones primarias (PASO), quienes han seguido con atención las propuestas de las tres fuerzas políticas nacionales, hemos visto la opacidad y el hilo conductor que las aglutina bajo un mismo insumo de la política consensual que difiere profundamente del antagonismo que lideró primero Néstor Kirchner y luego Cristina, quienes habrían abrazado las luchas de los movimientos sociales que irrumpen en la escena piquetera de la crisis del 2001.

El ex-intendente de Tigre Sergio Massa (fundador de Frente Renovador), el macrismo y su anti-partido (prefiere portarse como “equipo”, introduciendo explícitamente la tecnificación postpolitica), o el FpV encabezado por Daniel Scioli en la última ronda, comparten una lengua política emparentadas, a la vez que se distancian de los grandes símbolos que el peronismo kirchnerista ha venido apelando a lo largo de la última década. Además de compartir trayectorias políticas similares (desde el menemismo), los tres candidatos ponen sobre la escena nacional variaciones de una misma interpelación empresarial o gestional de gobierno, cruzada con una constante retórica securitaria que por momentos incluso llega a coquetear con el modelo mexicano de la guerra contra las drogas como horizonte de lo que podría significar una batalla contra el crimen organizado y la presencia proliferante del narcotráfico [3]. Más allá del debate sobre el continuismo o la ruptura de sciolismo con lo matriz simbólica de kirchnerismo, me parece acertada la tesis de Diego Sztulwark quien argumenta que lo nuevo tiene que pensarse como el estancamiento del proyecto en cuanto a su expansión democrática radical.

Lo curioso al repasar estos últimos años de kirchnerismo quizás radique en cómo a la misma vez que se produjo una implosión en la renovación del lenguaje anclada en la simbología peronista confeccionada al presente (el ‘Nestor Oesterheld’, el montonerismo gestual, el Bicentenario como relato teleológico, etc.), como lo supieron ver desde perspectivas contrapuestas Beatriz Sarlo en La audacia y el cálculo (Sudamericana, 2011) y Horacio González en Kirchnerismo, una controversia cultural (Ediciones Colihue, 2011), la dimensión cultural del kirchnerismo, que se despliega en un sinnúmero de instituciones y organizaciones (Carta Abierta y Tecnopolis, Ministerio de Cultura y Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional), se ha topado con una difícil traducción política en el momento de la transición presidencial, así como una difícil recomposición estructural del FpV en el aparato peronista. Tal vez el cuño sobre la crisis del FpV haya sido enunciado por el propio Ministro del Interior, Florencio Randazzo, quien en una visita al grupo Carta Abierta en la Biblioteca Nacional habría dicho de la candidatura de Scioli: “El proyecto se ha quedado manco” (enunciado que juega con el hecho que a Daniel Scioli, en efecto, le falta su brazo derecho).

Este impasse reafirma el dilema entre cultura y Estado, en sus múltiples desencuentros y temporalidades que suponen ambos planos, en las grandes mitologías políticas que han atravesado la región en los últimos tiempos. El kirchnerismo en tanto mitología del último peronismo develaría de este modo una gran construcción cultural ambientada en el “regreso del Estado como imaginalización de la conquista del poder a partir de elementos carismáticos o de control territorial soberano de lo que se ha venido llamando la “inclusión ciudadana desde el consumo” (y que Diego Valeriano ha venido llamando capitalismo runfla) [4]. En su reverso, la crisis del culturalismo como construcción apoyada en símbolos, vuelve a poner en la escena de discusión el estatuto de la política (la forma general de politicidad) frente a procesos de acumulación efectuada desde eso que Joseph Vogl ha llamado efectos soberanos que desnaturalizan los espacios nacionales o regionales de contención (en la opinión pública argentina, el historiador Alejandro Horowicz ha sostenido una posición similar) [5].

Junto al llamado cierre de ciclo progresista pronosticado por no pocos estudiosos de la región, como Salvador Schavelzon y Bruno Cava, Pablo Stefanoni y Raul Zibechi, Maristella Svampa y Diego Sztulwark, no es de sorprender que pronto se comenzará a hablar de las ‘nuevas derechas’ de la región en su despliegue por via electoral en las distintas gobernabilidades de la Marea Rosada [6]. Estas derechas estrictamente no serían nuevas, ya que no solo han tomando apuntes de sus errores durante el período duro del consenso de Washington y la expansión neoliberal de los noventa, sino que se han gestado al interior de los propios gobiernos progresistas. La repetición estaría dada a partir de la permanencia de cierta espectralidad ya co-habitaba en el aparato del Estado, y que ante el estimulo que genera hoy la retórica de la inseguridad anti-migrante (preconizada en el ministro de Seguridad Sergio Berni en el caso argentino), ha retomado fuerzas con claros visos post-políticos. No es casual que la neutralización del conflicto político populista se acompañe paralelamente a la ejecución de una geopolítica enrizada en la matriz de acumulación flexible y el modelo devastador neo-extrativista que ha permanecido ausente en los discursos de las tres fuerzas políticas.

En el caso argentino, quizás la figura más representativa de esa “nueva derecha” la encarne el ex-intendente de Tigre, Sergio Massa, cuya retórica fluctuó a lo largo del último año y medio por varios registros contradictorios que aglutinan la formación peronista institucional con cierto tono populista de planificacion tecnocrática y securitaria. Como ha mostrado Diego Geneud en su Massa: Biografia no autorizada (Sudamericana, 2015) en la paideia política del massismo convergen las contradicciones del peronismo institucional a la par de un discurso anclado en el consumo y la inseguridad. En efecto, no haríamos mal en llamar, luego de esta primera ronda de las elecciones nacionales argentinas, que el cierre epocal no radica en los nombres propios de Macri o Scioli, quienes se enflatarán al ballotage del próximo 22 de Noviembre, sino en lo que me gustaría llamar el ‘massismo como espíritu de época’ de lo que viene, esto es, una política reducida al consenso, suplementada con el despliegue policial sobre los territorios, y una cruzada a gran escala neo-desarrollista (mega-minería, fracking, nuevas finanzas, etc). Esto no quiere decir que el massimo deba ser leído como la consecuencia o el secreto íntimo del kirchnerismo, sino más bien como excedente que ese mismo aparato estatal nunca pudo eliminar en su refundación posneoliberal. Massa es la supervivencia y la continuidad del neoliberalismo por arriba que despliega rúbricas y dispositivos gubernamentales de legalidad-ilegalidad.

Ante esta nueva realidad que impone el fin de ciclo, pareciera que la pregunta sobre el qué hacer deviene fundamental para la reorganización de posturas que ahora parecieran agotarse en la oposición Estado y mercado, agenda gestional de derecha y rasgos populistas de izquierda. Una postura visible es la que pudiéramos llamar la comunitarista o comunal que entiende que bajo los procesos de politización estatal, paralelamente se gesta (como en la figura del topo de Marx que no por casualidad fue la clave de lectura de Emir Sader sobre el ciclo del progresismo) los movimientos subterráneos de contestación al institucionalismo político de Estado [7]. En una entrevista reciente con Raquel Gutiérrez Aguilar, deja entrever que ante la inevitable derechización de buena parte del espacio político latinoamericano, la batalla por lo común o la comunalidad reaparece con mayor ímpetu e inminente tarea a pensar. Lo común aquí se entiende como fin del binarismo sociedad civil-Estado, apuntando hacia la autonomía de los movimientos sociales como multitudes contra-hegemónicas que disputan constantemente el sentido común y la vida sensible, así como el orden representacional de los aparatos institucionales y la partidocracia [8].

La tensión al interior del horizonte comunitarista reside en su relación con lo propio. Esto es, si por común entendemos la re-apropiación de aquello que ha sido expropiado, entonces parecería que lo común además de una inversión de cierta razón primitiva de lo estatal, se entendería como la continuación de un esquematismo hegeliano desde la micropolítica aun diagramada por una forma principial de lo gobernable y de la instauración de la fuerza de gobierno. Sin embargo, si por lo común entendemos la organización de formas de vida en retiro de toda politicidad general, dadas al uso en lugar de la propiedad, se reactivaría una potencia de imaginación fuera de la restitución valorativa de la apropiación de la propiedad o de un modelo ontológico distributivo basado en lo “propio” [9]. La primera articulación de lo común, arraigada en el “autoritarismo consensual” expuesto por Raúl Zibechi en Dispersar el poder (Tinta Limón, 2006), estaría en las antípodas de una relación democrática y antagónica de politización [10]. Por lo que una de las tareas de cara al cierre del ciclo progresista es hacer pensable la pregunta por la comunidad en sus distintas determinaciones (la comunalidad, el uso, la propiedad, y los límites de la politicidad como inversión estatal de participación sustentable más allá de la exclusión-inclusión que pareciera demandar la propia lógica de la movilización), así como la posibilidad de la democracia por fuera de la tradición del liberalismo o del populismo latinoamericano.

Esta dramática discordia en la región genera las condiciones de posibilidad para sostener una forma post-hegemónica en cuanto postura condicional ante los procesos en curso en la región. No doy por homologable aquí la posición post-hegemónica en el sentido en que este concepto ha sido desarrollado por Jon Beasley-Murray en Posthegemony: political theory and Latin America (Minessota Press, 2010). La apuesta por una condicionalidad poshegemónica busca habitar la incertidumbre política en el plano reflexivo del latinoamericanismo tras el agotamiento que parece animar el presente. Más que reinstalar la pregunta por la praxis política, a lo que apunta la línea poshegemónica es la crisis de la hegemonía en desistencia con la fractura epocal de la politicidad (del cómo hacemos reflexión política, etc).

Más que una postura simplemente “ultra-izquierdista”, la desistencia poshegemónica vendría siendo un marcador sobre los límites de la reflexión que resistiría un nuevo relato por fuera o dentro de la pregunta por el Estado, atenta a la paradojas estructurales que instalan el capital financiero sin exterioridad efectiva para producir un epoché (inscripción de una nueva temporalidad epocal). Post-hegemonía es la huella tras el fin de la partición ideológica tradicional, así como de sus máquinas culturales y subjetivas. A espaldas de la sumisa identificación de lo propio o una afirmación neo-regional anclada en un imperialismo de cabeza (BRICS), post-hegemonía es tan solo un índice en torno al horizonte de democratización sin ilusiones. Una propuesta modesta: afirmar la temporalidad de la espera y el reto de pensar sobre aquello que aun carece de nombre.

Notas

  1. John Beverley. Latinamericanism after 9/11. Duke University Press, 2011.
  1. La crisis interna al FpV ha generado lo que Beatriz Sarlo llamó en uno de sus artículos publicados en el diario Perfil, el dilema de la sucesión política del kirchnerismo. Podríamos decir que tras la muerte de Néstor Kirchner y la entrada en escena de Cristiana Kirchner, se produjo un impasse que a lo largo de los dos mandatos le fue imposible producir un candidato capaz de continuar el modelo kirchnerista una vez que la posibilidad plebiscitaria del ejecutivo fue rechazada. Ver “La toma del poder”, por Beatriz Sarlo (http://www.perfil.com/columnistas/La-toma-del-poder-20150619-0057.html).
  1. Sobre el discurso securitario durante los últimos años del kirchnerismo escuchar la emisión radial del programa Clinamen “Scioli llegó hace rato” (http://ciudadclinamen.blogspot.com/2014/09/scioli-llego-hace-rato.html). También útil para una cartografía más amplia sobre la dualidad entre seguridad sobre los territorios, véase el libro Temor y control: la gestión de la inseguridad como forma de gobierno (Futuro Anterior Ediciones, 2014) de Esteban Rodríguez Alzueta.
  1. Sobre la capacidad de imaginalización política del populismo, y en particular del kirchnerismo, ver el ensayo El estado posnacional: más allá del kirchnerismo y el antikirchnerismo ( 2011), de Pablo Hupert. Sobre ‘capitalismo runfla’, ver “El consumo libera: seis hipótesis sobre el pasaje del viejo neoliberalismo excluyente al nuevo capitalismo runfla (que lo incluye y supera) (Lobo Suelto), de Diego Valeriano.
  1. Joseph Vogl. “The sovereignty effect: markets and power in the economic”. Qui Parle, Vol. 23, Fall/Winter 2014.
  1. Algunos de los textos recomendables que apunta al fin del relato progresista en la región, son los siguientes: “Anatomía política de la coyuntura sudamericana. Imágenes del desarrollo, ciclo político y nuevo conflicto social (Lobo Suelto, 2 de Noviembre 2015), de Diego Sztulwark; “El ciclo progresista en América Latina ha terminado” (L’Ombelico del Mondo, 4 de Noviembre 2014) de Salvador Schavelzon; “El fin del relato progresista en América Latina” (La Razón, 21 de Junio 2015) de Raúl Zibechi; “Socióloga argentina dice que esta llegando el fin de ciclo de los gobiernos populistas” (erbol digital, 2 de Octubre 2015) de Maristella Svampa.
  1. Ver El nuevo topo: los caminos de la izquierda latinoamericana (Siglo XXI, 200) de Emir Sader.
  1. Raquel Gutiérrez Aguilar sobre las nuevas derechas y el Primer Congreso de Comunalidad en Mexico, escúchese la entrevista bonaerense conducida en La Mar en Coche: https://archive.org/details/151026RAQUELGUTIERREZCOMUNALIDAD. Sobre el muy sugerente Primer Congreso Internacional sobre la Comunalidad consultar la nota de La Jornada, “Comunalidad: el poder subversivo de la cooperación”, por Víctor Toledo (http://www.jornada.unam.mx/2015/10/27/opinion/016a1pol).
  1. Habría que pensar hasta qué punto un discurso de lo común como lo propio no entraría en reconciliación con la matriz hegeliana diagramada en torno a una ontología distributiva consistente con el relato soberanista latinoamericano. En una línea analítica parecida, en su reciente To our friends (Semiotexte 2015), El Comité Invisible ha distinguido entre un concepto de lo común basado en lo impropio y el uso, y otros usos de lo común como expansión de la expropiación en cuanto traducción posesiva de lo propio (comunidad identitaria). Obviamente nos interesa aquí la segunda opción como crítica hacia todo comunalismo basado en un eje produccionista (antropológico) del valor.
  1. Una crítica al modelo de participación horizontal directa ha sido avanzada por Maddalena Cerrato en “¿Consenso activo y directo? Consideraciones sobre consenso y democracia” (inédito). Texto leído en el marco del Seminario Crítico Transnacional, Universidad Complutense Madrid, Julio de 2015.

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